Inicios del reino Visigodo

El día a día en que se desenvolvía el Imperio romano tras la crisis del siglo II y III favoreció el gran cambio que sufriría. Ante las oleadas germánicas que sufrían de pueblos bárbaros, el imperio fue decayendo.

Ya en la primera oleada (en el siglo I), los pueblos invasores se romanizaron, y finalmente, con la segunda oleada en el siglo III, lo que nos encontramos no es otra cosa que una Roma decaída que no es ni la sombra de lo que fue.

Ante la situación creada en la provincia de Hispania tras la llegada de pueblos bárbaros pertenecientes a la segunda oleada (los suevos, vándalos y alanos) y su asentamiento en la indefensa provincia, los recién invadidos romanos de la zona de Tarraco pidieron ayuda a la metrópoli; ésta, ocupada en guerras civiles, se mostró incapaz de defender el territorio y encargó a uno de los pueblos pertenecientes a la primera oleada la defensa de Hispania, zona que los bárbaros habían arrasado y establecido un reino independiente. También se envió un mensaje similar de ayuda y apoyo a la otra capital imperial (Bizancio).

Ambas peticiones fueron atendidas, aunque con fines, eficacia y medios distintos. Así pues, los visigodos llegaron a la Península procedentes de su zona de asentamiento, la Galia, con la única misión de expulsar a los intrusos. Realizada esta tarea, y cuando ya planeaban su vuelta a la Galia, se vieron encerrados a causa de un movimiento de acoplamiento que tuvo lugar en el continente y en base al cual los francos les “cerraron el paso” (año 507).

Las tropas enviadas por Roma se vieron obligadas a hacer un nuevo asentamiento dentro del Imperio, solicitando el permiso de asentamiento en la Hispania, que éste les concedió. Se trataba de un contingente de unos 200.000 visigodos para controlar a unos 7.000.000 de hispano-romanos.

La ayuda bizantina en la operación de limpieza supuso un desplazamiento por parte de Bizancio a la Península, que fue utilizado por los visigodos en contra de los francos. Esta ayuda les supuso una pérdida del control de la zona Sur peninsular a favor de los bizantinos durante 50 años.

Con la fundación de una nueva capitalidad (Toledo), tras la pérdida de la anterior en la zona continental franca (Narbona), puede darse por comenzado el “reino visigodo” en la Península. Un reino que no pudo tener bajo su control la totalidad de la extensión peninsular y cuyo espacio geopolítico es muy variable.

El lento acercamiento de las dos posturas religiosas (los visigodos practicaban una variante del cristianismo llamada arrianismo mientras que los hispano-romanos con católicos) favoreció la unión social.

Bajo el reinado de Leovigildo las dos posturas se acercaron y se preparó un nuevo código legal que abarcó las dos sociedades; pero la muerte del monarca hizo que fuese con su sucesor, Chindasvinto, con quien se continuase la elaboración que dio sus frutos con el siguiente monarca, Recesvinto, quien, finalmente, promulgó la nueva recopilación legal, conocida como Líber Iudiciorua (654) y que tendrá entre otras características, el ser una de las recopilaciones legales de mayor duración en el tiempo: se mantuvo en vigor durante gran parte de la Edad Media.

Fuente: domusapientiae.wordpress.com

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