La captura de Atahualpa o Batalla de Cajamarca fue un ataque sorpresa al Inca y su escolta real que realizó Francisco Pizarro. Tuvo lugar por la tarde del 16 de noviembre de 1532 en la plaza mayor de Cajamarca. Fue una acción fugaz y sangrienta que acabaría automáticamente con la captura del Inca.
Antecedentes
Los días previos al encuentro en Cajamarca transcurrieron en medio de un muy profundo análisis entre ambos jefes militares. Atahualpa, gracias a su espía Ciquincharayauqe, había confirmado su teoría de que los españoles no eran dioses. Sin embargo, en vez de dejar expuesta tal cosa, procuró que los partidarios de Huáscar (en adelante "huascaristas") siguieran pensando que lo eran. De tal forma, él sería el que derrotaría y capturaría a los dioses, lo cual lo legitimaría totalmente como gobernante del Imperio ante sus propios enemigos. Por otro lado, Francisco Pizarro también desplegaba sus piezas de modo inteligente. Evitó en todo momento que los atahualpistas conocieran el verdadero poder de las armas españolas, de tal modo que siempre se mantuviera el elemento sorpresa. Tenía planeado capturar al Inca en medio de la plaza aprovechando el desconcierto general.
Según se relata en el libro Historia y Conquista del Perú, escrito en el siglo XIX por William H. Prescott, en la invasión española a la plaza de la ciudad, cualquier intento de asalto a los ejércitos del Inca que guardaban el valle hubiera sido un suicidio. La retirada tampoco era una opción, porque todo gesto que se pudiera interpretar como una debilidad que redujera el poderío que los españoles deseaban ostentar sería una invitación a una persecución y ser atrapados en los pasos de las montañas controlados por los incas.
Para invitar al Inca despachó a su capitán Hernando de Soto, aunque luego enviaría a su propio hermano junto a una tropilla de jinetes por si la situación se complicaba. Sin embargo, dejó claramente establecido que de ninguna forma se debía dar muestra alguna de los recursos bélicos de su tropa ni del poder de los caballos. Pizarro observaría todo desde una torre de la fortalecilla que domina la plaza.
El encuentro de Cajamarca
Soto llegó a Cajamarca acompañado de, entre otros, el intérprete Felipillo de Poechos (Hernando Pizarro lo haría con Martinillo). El campamento en los baños de Pultumarca debió ofrecer una vista sorprendente a los conquistadores. Acostumbrados a ver tribus bárbaras en su estancia en el Centro de América y aún en los actuales territorios de la costa colombiana, uno de ellos narra:
"Y eran tantas las tiendas... que cierto nos puso harto espanto; porque no pensamos que indios pudieran tener tan soberbia estancia, ni tantas tiendas, ni tan a punto; lo cual hasta allí en las indias nunca se vio; que nos causó a todos los españoles harta confusión y temor...".
Miguel de Estete
LLegados al palacete donde descansaba el Inca, Felipillo tomó la palabra y demandó la presencia de éste. Un orejón iría donde su señor con el mensaje y los españoles quedarían a la espera de alguna respuesta. Sin embargo, transcurría el tiempo y quien sí hizo su aparición fue un encabalgado Hernando Pizarro, que irrumpió con rabia en el recinto. Sin bajarse del animal, se dirigió a Soto preguntándole por el motivo de su demora, a lo que éste respondió "aquí me tiene diciendo ya sale Atabalipa... y no sale". Pizarro le ordenó muy molesto a Martinillo que llame al Inca, pero como nadie salía, se encolerizó aún más y dijo "¡Decidle al perro que salga...!"
Tras el agravio, Ciquinchara se presenta ante todos a observar la situación y procede a llamar a Atahualpa, mencionando a Pizarro como aquél que lo había ofendido en Maixicavilca. Es justamente tras esto que se aparece el Atahualpa, caminando hacia el lugar y procediendo a sentarse sobre un banco colorado, siempre tras una cortina que únicamente dejaba ver su silueta. De éste modo, podía observar al enemigo sin ser visto; con lo que estaba en una perfecta posición para estudiarlos.
De inmediato, Soto se acerca a la cortina, aún encabalgado, y le presenta la invitación a Atahualpa, aunque éste ni siquiera lo miró. Más bien, se dirigió a su súbdito y le susurró algunas cosas. Pizarro, irascible como ninguno, perdió nuevamente los papeles y comenzó a vociferar una serie de cosas que acabaron por llamar la atención del Inca, quien ordenó se remueva la cortina. Su mirada ahora sí se dirigía a los españoles... o muy particularmente al osado que lo había llamado "perro". Sin embargo, apartó su mirada de él, mostrando el mayor desprecio, y se dirigió a Soto, diciéndole que le avise a su jefe que al día siguiente iría a verlos donde ellos estaban y que ahí deberían pagarle todo lo que tomaron durante su estancia en sus tierras.
Hernando Pizarro, sintiéndose desplazado, le dijo a Martinillo que le comunique al Inca que entre él y el capitán Soto no había diferencia, porque ambos eran capitanes de Su Majestad. Atahualpa no se inmutó y siguió bebiendo de un vaso. Sin embargo,Soto le comentó al Inca que aquél era hermano del Gobernador. Éste nuevamente hizo poco caso al personaje, pero finalmente se dirigió a él diciéndole que sabía la forma en que humilló a varios caciques echándoles cadenas y que su espía le contó que él solo había matado a 3 cristianos, a lo que el impulsivo Pizarro contestaría que su espía era un bellaco y que un solo español bastaba para matar a todos los indios porque eran todos unas gallinas y que si él lo deseaba, podía demostrarlo yendo a la guerra a su lado. Esto iba completamente en contra del plan de su hermano, pero afortunadamente el Inca solo lo tomó como una bravuconada. Los españoles convencieron al inca de solo llevar sirvientes y no soldados al encuentro como gesto de buena voluntad, aunque de igual modo Atahualpa llevo a algunos cientos de soldados de su guardia imperial. Atahualpa marcho con 30.000 a 70.000 sirvientes (según la fuente) ocultando unos pocos guerreros, Pizarro los esperaba con 180 españoles, 37 caballos y cerca de 15.000 guerreros locales.
Desarrollo
Atahualpa aceptó la invitación, y encabezó una lenta y ceremoniosa procesión de miles de hombres, mayormente bailarines, músicos y cargadores de servicio. La marcha le tomó buena parte del día, causando la desesperación en Francisco Pizarro y sus hombres, porque no querían pelear de noche. Esto es notable porque a estas alturas de la campaña de conquista del Tahuantinsuyo, los españoles ignoraban que los incas no combatían de noche por motivos rituales.
Escondidos dentro de la ciudad, las tropas españolas no presentaron resistencia durante el ingreso del Inca a la ciudad. Tuvo lugar un incidente cuando el fraile Vicente de Valverde se aproximó al Inca y le ordenó que renunciara a su religión pagana y que aceptara en cambio al catolicismo como su fe y a Carlos I de España, como soberano. Atahualpa se sintió insultado y confundido por estas demandas de los españoles. Si bien seguramente Atahualpa no tenía intenciones de acceder a las demandas de los españoles, según las crónicas de Garcilaso de la Vega, el Inca intentó algún tipo de discusión sobre la fe de los españoles y su rey, pero los hombres de Pizarro se comenzaron a poner impacientes.
De repente, sonaron las dos piezas de artillería que estaban en una torre. Los españoles de a caballo, así como los de a pie, salieron organizadamente con sus objetivos bien claros: los encabalgados, a "barrer" con la gente y sembrar el pánico con la gran cantidad de sangre y los poderosos ruidos de los cascos de sus caballos, que acompañaban con cascabeles para hacer aún más bulla. Los de a pie fueron directamente a capturar al Inca, logrando de éste modo que tanto el ejército del Inca, que estaba desarmado por orden suya (porque pensaba capturar a los españoles como a animales), como la población se desmoralicen.
Como resultado del encuentro entre 4.000 a 7.000 sirvientes del Inca murieron y otros 7.000 fueron heridos o capturados, los españoles tuvieron solo un muerto (aunque no mencionan las bajas de los indios que les ayudaron) y varios heridos.
Extraido en Wikipedia
Antecedentes
Los días previos al encuentro en Cajamarca transcurrieron en medio de un muy profundo análisis entre ambos jefes militares. Atahualpa, gracias a su espía Ciquincharayauqe, había confirmado su teoría de que los españoles no eran dioses. Sin embargo, en vez de dejar expuesta tal cosa, procuró que los partidarios de Huáscar (en adelante "huascaristas") siguieran pensando que lo eran. De tal forma, él sería el que derrotaría y capturaría a los dioses, lo cual lo legitimaría totalmente como gobernante del Imperio ante sus propios enemigos. Por otro lado, Francisco Pizarro también desplegaba sus piezas de modo inteligente. Evitó en todo momento que los atahualpistas conocieran el verdadero poder de las armas españolas, de tal modo que siempre se mantuviera el elemento sorpresa. Tenía planeado capturar al Inca en medio de la plaza aprovechando el desconcierto general.
Según se relata en el libro Historia y Conquista del Perú, escrito en el siglo XIX por William H. Prescott, en la invasión española a la plaza de la ciudad, cualquier intento de asalto a los ejércitos del Inca que guardaban el valle hubiera sido un suicidio. La retirada tampoco era una opción, porque todo gesto que se pudiera interpretar como una debilidad que redujera el poderío que los españoles deseaban ostentar sería una invitación a una persecución y ser atrapados en los pasos de las montañas controlados por los incas.
Para invitar al Inca despachó a su capitán Hernando de Soto, aunque luego enviaría a su propio hermano junto a una tropilla de jinetes por si la situación se complicaba. Sin embargo, dejó claramente establecido que de ninguna forma se debía dar muestra alguna de los recursos bélicos de su tropa ni del poder de los caballos. Pizarro observaría todo desde una torre de la fortalecilla que domina la plaza.
El encuentro de Cajamarca
Soto llegó a Cajamarca acompañado de, entre otros, el intérprete Felipillo de Poechos (Hernando Pizarro lo haría con Martinillo). El campamento en los baños de Pultumarca debió ofrecer una vista sorprendente a los conquistadores. Acostumbrados a ver tribus bárbaras en su estancia en el Centro de América y aún en los actuales territorios de la costa colombiana, uno de ellos narra:
"Y eran tantas las tiendas... que cierto nos puso harto espanto; porque no pensamos que indios pudieran tener tan soberbia estancia, ni tantas tiendas, ni tan a punto; lo cual hasta allí en las indias nunca se vio; que nos causó a todos los españoles harta confusión y temor...".
Miguel de Estete
LLegados al palacete donde descansaba el Inca, Felipillo tomó la palabra y demandó la presencia de éste. Un orejón iría donde su señor con el mensaje y los españoles quedarían a la espera de alguna respuesta. Sin embargo, transcurría el tiempo y quien sí hizo su aparición fue un encabalgado Hernando Pizarro, que irrumpió con rabia en el recinto. Sin bajarse del animal, se dirigió a Soto preguntándole por el motivo de su demora, a lo que éste respondió "aquí me tiene diciendo ya sale Atabalipa... y no sale". Pizarro le ordenó muy molesto a Martinillo que llame al Inca, pero como nadie salía, se encolerizó aún más y dijo "¡Decidle al perro que salga...!"
Tras el agravio, Ciquinchara se presenta ante todos a observar la situación y procede a llamar a Atahualpa, mencionando a Pizarro como aquél que lo había ofendido en Maixicavilca. Es justamente tras esto que se aparece el Atahualpa, caminando hacia el lugar y procediendo a sentarse sobre un banco colorado, siempre tras una cortina que únicamente dejaba ver su silueta. De éste modo, podía observar al enemigo sin ser visto; con lo que estaba en una perfecta posición para estudiarlos.
De inmediato, Soto se acerca a la cortina, aún encabalgado, y le presenta la invitación a Atahualpa, aunque éste ni siquiera lo miró. Más bien, se dirigió a su súbdito y le susurró algunas cosas. Pizarro, irascible como ninguno, perdió nuevamente los papeles y comenzó a vociferar una serie de cosas que acabaron por llamar la atención del Inca, quien ordenó se remueva la cortina. Su mirada ahora sí se dirigía a los españoles... o muy particularmente al osado que lo había llamado "perro". Sin embargo, apartó su mirada de él, mostrando el mayor desprecio, y se dirigió a Soto, diciéndole que le avise a su jefe que al día siguiente iría a verlos donde ellos estaban y que ahí deberían pagarle todo lo que tomaron durante su estancia en sus tierras.
Hernando Pizarro, sintiéndose desplazado, le dijo a Martinillo que le comunique al Inca que entre él y el capitán Soto no había diferencia, porque ambos eran capitanes de Su Majestad. Atahualpa no se inmutó y siguió bebiendo de un vaso. Sin embargo,Soto le comentó al Inca que aquél era hermano del Gobernador. Éste nuevamente hizo poco caso al personaje, pero finalmente se dirigió a él diciéndole que sabía la forma en que humilló a varios caciques echándoles cadenas y que su espía le contó que él solo había matado a 3 cristianos, a lo que el impulsivo Pizarro contestaría que su espía era un bellaco y que un solo español bastaba para matar a todos los indios porque eran todos unas gallinas y que si él lo deseaba, podía demostrarlo yendo a la guerra a su lado. Esto iba completamente en contra del plan de su hermano, pero afortunadamente el Inca solo lo tomó como una bravuconada. Los españoles convencieron al inca de solo llevar sirvientes y no soldados al encuentro como gesto de buena voluntad, aunque de igual modo Atahualpa llevo a algunos cientos de soldados de su guardia imperial. Atahualpa marcho con 30.000 a 70.000 sirvientes (según la fuente) ocultando unos pocos guerreros, Pizarro los esperaba con 180 españoles, 37 caballos y cerca de 15.000 guerreros locales.
Desarrollo
Atahualpa aceptó la invitación, y encabezó una lenta y ceremoniosa procesión de miles de hombres, mayormente bailarines, músicos y cargadores de servicio. La marcha le tomó buena parte del día, causando la desesperación en Francisco Pizarro y sus hombres, porque no querían pelear de noche. Esto es notable porque a estas alturas de la campaña de conquista del Tahuantinsuyo, los españoles ignoraban que los incas no combatían de noche por motivos rituales.
Escondidos dentro de la ciudad, las tropas españolas no presentaron resistencia durante el ingreso del Inca a la ciudad. Tuvo lugar un incidente cuando el fraile Vicente de Valverde se aproximó al Inca y le ordenó que renunciara a su religión pagana y que aceptara en cambio al catolicismo como su fe y a Carlos I de España, como soberano. Atahualpa se sintió insultado y confundido por estas demandas de los españoles. Si bien seguramente Atahualpa no tenía intenciones de acceder a las demandas de los españoles, según las crónicas de Garcilaso de la Vega, el Inca intentó algún tipo de discusión sobre la fe de los españoles y su rey, pero los hombres de Pizarro se comenzaron a poner impacientes.
De repente, sonaron las dos piezas de artillería que estaban en una torre. Los españoles de a caballo, así como los de a pie, salieron organizadamente con sus objetivos bien claros: los encabalgados, a "barrer" con la gente y sembrar el pánico con la gran cantidad de sangre y los poderosos ruidos de los cascos de sus caballos, que acompañaban con cascabeles para hacer aún más bulla. Los de a pie fueron directamente a capturar al Inca, logrando de éste modo que tanto el ejército del Inca, que estaba desarmado por orden suya (porque pensaba capturar a los españoles como a animales), como la población se desmoralicen.
Como resultado del encuentro entre 4.000 a 7.000 sirvientes del Inca murieron y otros 7.000 fueron heridos o capturados, los españoles tuvieron solo un muerto (aunque no mencionan las bajas de los indios que les ayudaron) y varios heridos.
Extraido en Wikipedia
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