La expulsión de los moriscos afectó a unas 300.000 personas y tuvo consecuencias desiguales en los distintos reinos y sociedades de la monarquía. A principios del siglo XVII los moriscos constituían minorías de importancia considerable en Valencia, Aragón y Murcia. Así pues, mientras en la Corona de Aragón el número de los expulsados alcanzaba a 181.998 personas, los de la Corona de Castilla sumaban menos de la mitad: 90.142. A todos ellos habría que sumar una cifra, de muy difícil cuantificación, que englobaría las salidas clandestinas de la península, y a los fallecidos durante el traslado forzoso. En la Corona de Aragón los moriscos constituían un porcentaje apreciable de la población total. Su expulsión supuso una disminución importante de la población activa, y de la mano de obra especializada en esos reinos, generando, al principio, reacciones contrarias a la expulsión.
En Valencia, donde los moriscos eran muy abundantes, controlaban la actividad agraria de las comarcas de secano y de algunos regadíos, como los de Játiva y Gandía. Se produjeron protestas por el desabastecimiento de los mercados y la merma considerable en los cultivos.
En Murcia se rechazó la medida por la especial dedicación de los moriscos a la agricultura y al cuidado de los gusanos de seda. En Aragón se perdió la mano de obra campesina de las tierras más fértiles y el artesanado especializado de importantes gremios. En Castilla, por su parte, se resintió el transporte de los arrieros (oficio tradicional de los moriscos), así como el trabajo agrícola en huertas y vegas. A pesar de las protestas la expulsión se cumplió, con graves consecuencias para la economía y la población.
Los primeros moriscos en salir de la península fueron los del reino de Valencia. Inmediatamente después del bando dictado por el virrey marqués de Caracena, el 22 de septiembre de 1609, fueron conminados a abandonar sus hogares; tan sólo podían quedarse los niños menores de cuatro años, con consentimiento de sus padres, para que fueran criados en hogares de cristianos viejos. Únicamente podían llevar lo que pudieran transportar consigo. Hubieron de reunirse en los puertos de embarque: Vinaroz, El Grao de Valencia, Denia y Alicante. De allí partieron hacia Orán, en la costa de Berbería, hacinados en galeras especialmente aprestadas al efecto. Si la mayoría acató resignadamente la orden de extradición, algunos grupos de moriscos de las serranías de Alicante y de los valles interiores de Valencia se alzaron infructuosamente en armas. Una vez sofocada la rebelión, los insurrectos serían expulsados.
Una cédula real del 28 de diciembre de 1609 decretó la partida de los moriscos de Castilla. Estos se embarcaron en su mayoría en el puerto de Cartagena, salvo los que marcharon a Francia cruzando la frontera de Irún. En Andalucía y Murcia ordenó la expulsión el marqués de San Germán, el 12 de enero de 1610. Algunos de los moriscos andaluces habían abandonado sus tierras antes de que se publicase el bando real, pero el resto lo hizo de forma paulatina. Por su parte, algunos moriscos murcianos trataron en un primer momento de evitar su marcha, refugiándose en el reino de Valencia, pero cuando volvieron tuvieron que marcharse.
Finalmente el virrey de Aytona fue el encargado de ejecutar el edicto expulsión en Aragón, que fue publicado el 29 de mayo de 1610, que también afectaba a los que residían en Cataluña. La mayoría salió por el puerto de Tarragona, aunque hubo dos nutridos grupos que lo hicieron atravesando los Pirineos desde Navarra y por el paso de Canfranc en Huesca.
Fuente: pastranec.net
En Valencia, donde los moriscos eran muy abundantes, controlaban la actividad agraria de las comarcas de secano y de algunos regadíos, como los de Játiva y Gandía. Se produjeron protestas por el desabastecimiento de los mercados y la merma considerable en los cultivos.
En Murcia se rechazó la medida por la especial dedicación de los moriscos a la agricultura y al cuidado de los gusanos de seda. En Aragón se perdió la mano de obra campesina de las tierras más fértiles y el artesanado especializado de importantes gremios. En Castilla, por su parte, se resintió el transporte de los arrieros (oficio tradicional de los moriscos), así como el trabajo agrícola en huertas y vegas. A pesar de las protestas la expulsión se cumplió, con graves consecuencias para la economía y la población.
Los primeros moriscos en salir de la península fueron los del reino de Valencia. Inmediatamente después del bando dictado por el virrey marqués de Caracena, el 22 de septiembre de 1609, fueron conminados a abandonar sus hogares; tan sólo podían quedarse los niños menores de cuatro años, con consentimiento de sus padres, para que fueran criados en hogares de cristianos viejos. Únicamente podían llevar lo que pudieran transportar consigo. Hubieron de reunirse en los puertos de embarque: Vinaroz, El Grao de Valencia, Denia y Alicante. De allí partieron hacia Orán, en la costa de Berbería, hacinados en galeras especialmente aprestadas al efecto. Si la mayoría acató resignadamente la orden de extradición, algunos grupos de moriscos de las serranías de Alicante y de los valles interiores de Valencia se alzaron infructuosamente en armas. Una vez sofocada la rebelión, los insurrectos serían expulsados.
Una cédula real del 28 de diciembre de 1609 decretó la partida de los moriscos de Castilla. Estos se embarcaron en su mayoría en el puerto de Cartagena, salvo los que marcharon a Francia cruzando la frontera de Irún. En Andalucía y Murcia ordenó la expulsión el marqués de San Germán, el 12 de enero de 1610. Algunos de los moriscos andaluces habían abandonado sus tierras antes de que se publicase el bando real, pero el resto lo hizo de forma paulatina. Por su parte, algunos moriscos murcianos trataron en un primer momento de evitar su marcha, refugiándose en el reino de Valencia, pero cuando volvieron tuvieron que marcharse.
Finalmente el virrey de Aytona fue el encargado de ejecutar el edicto expulsión en Aragón, que fue publicado el 29 de mayo de 1610, que también afectaba a los que residían en Cataluña. La mayoría salió por el puerto de Tarragona, aunque hubo dos nutridos grupos que lo hicieron atravesando los Pirineos desde Navarra y por el paso de Canfranc en Huesca.
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