Maximiliano I de México

Maximiliano I (Viena, 1832-Santiago de Querétaro, 1867) fue el único monarca del Segundo Imperio Mexicano. Su nombre completo fue Fernando Maximiliano José María de Austria, y también es referido en algunas fuentes como Maximiliano de Habsburgo. Fue archiduque de la Casa de Habsburgo, hermano del emperador austriaco Francisco José y consorte de la princesa Carlota Amalia de Bélgica. En 1857 Maximiliano fue nombrado gobernador de las provincias italianas de Lombardía y el Véneto, pertenecientes al Imperio austrohúngaro; y, como tal, sufrió el ataque del Piamonte, que, con el apoyo militar del Segundo Imperio francés, le arrebató la Lombardía y puso en marcha la unificación de Italia en 1859.
 
Desde entonces se retiró de la vida pública, dedicándose a viajar y estudiar. En 1863 Maximiliano volvió a entrar en los planes del emperador francés Napoleón III: éste había invadido México para exigir el pago de las deudas del gobierno de Benito Juárez en 1861 y, una vez allí, había decidido convertirlo en un Estado satélite, desde el cual contener la influencia anglosajona en América Latina en beneficio de Francia, aprovechando el debilitamiento de los Estados Unidos por la Guerra de Secesión (1861-65).

Napoleón hizo que la asamblea de notables conservadores que lo apoyaban en México ofreciera la corona del país a Maximiliano, para así reconciliarse con Austria y compensar la pérdida del Piamonte. Maximiliano aceptó en 1864 y se convirtió en emperador de México, apoyándose en la opinión católica y conservadora frente a los liberales de Juárez, que contaban con el apoyo popular.

Maximiliano primero aplicó una política encaminada a propósitos liberales afectando a los grupos conservadores, pues con los decretos sobre nacionalización de bienes eclesiásticos y de libertad de cultos ratificó las Leyes de Reforma juaristas. Su popularidad fue cayendo no sólo ante los ojos de los conservadores mexicanos que lo colocaron en el poder, sino ante el mismo Napoleón III, quien le retiró su ayuda económica y militar.

Las fuerzas nacionalistas liberales provocaron una guerra civil y obligaron a Maximiliano a pedir ayuda a sus promotores. La emperatriz Carlota viajó a Francia y Roma para pedir apoyo pero durante su estancia en Europa enloqueció, por lo que quedó recluida en Tervuren, Bélgica. Las fuerzas liberales comandadas por los generales Ramón Corona y Mariano Escobedo avanzaron hasta Querétaro, en donde los enfrentó el mismo emperador y los generales Miguel Miramón y Tomás Mejía, sin éxito. Fueron aprehendidos y sentenciados a muerte, lo que se ejecutó en el Cerro de las Campanas, el 19 de junio de 1867. Sus restos fueron enviados a Austria y enterrados allí.


Primeros años

Maximiliano nació en el Palacio de Schönbrunn de Viena (Austria), fruto del matrimonio del archiduque Francisco Carlos de Austria y Sofía de Baviera, aunque algunos le atribuyen la paternidad a Napoleón II, por los rumores que circulaban en la corte acerca de su relación con Sofía de Baviera.
Estando Sofía embarazada de su segundo hijo, Napoleón II moría de tuberculosis, y algunos decían que en realidad el niño que esperaba era hijo del Duque de Reichstadt, a su vez hijo de Napoleón Bonaparte. Esa hipótesis está lejos de estar comprobada y solamente tiene el valor histórico de un rumor de la corte imperial.

En el Puerto Austriaco de Trieste (ahora Italia) fue marino muchos años y vivió mucho tiempo en alta mar, y colaboró en el triunfo de su país en la guerra con Italia.

Conoció a la princesa brasileña María Amelia de Braganza, hija de Pedro I. Ambos tenían planeado casarse, pero ella enfermó de gravedad y murió en la isla de Madeira, dónde pasó sus últimos años. Maximiliano quedó muy dolido por esta pérdida y vivió con el recuerdo de María Amelia, llevando consigo, hasta el día de su muerte, un anillo que contenía un rizo de la princesa fallecida.

El 27 de julio de 1857 contrajo matrimonio con la princesa Carlota Amalia de Bélgica, hija de Leopoldo I de Bélgica, quien en ese entonces era el monarca más rico de Europa. El matrimonio le vino de provecho a Maximiliano para pagar las deudas de la construcción del castillo de Miramar en Trieste, en la costa del Mar Adriático, y convenía a la Casa de Habsburgo por los enormes beneficios económicos, así como a la monarquía belga, pues el prestigio y la posición de un Habsburgo en la familia legitimarían la del linaje dinástico de los Sajonia-Coburgo-Gotha.

Su suegro presionó al emperador Francisco José I para que diese al archiduque Maximiliano el nombramiento de virrey del Reino Lombardo-Véneto. Así cumpliría las ambiciones dinásticas para su hija; vivieron entonces en la ciudad de Milán hasta el año de 1859, fecha en que el emperador del Imperio austríaco le desposeyó de su rango, porque los planes de guerra no entraban en los ideales de Maximiliano, quien tenía ideas demasiado liberales para Francisco José. Al poco tiempo de la renuncia de Maximiliano, Austria perdió sus posesiones en Italia y el archiduque decidió retirarse de la vida pública en su castillo de Miramar.


La Corona de Mexico

En 1859 Maximiliano fue contactado por primera ocasión por los conservadores mexicanos, los cuales buscaban un príncipe europeo para ocupar la corona del Segundo Imperio Mexicano, con el apoyo militar de Francia y de la Iglesia católica.1 El 3 de octubre de 1863 finalmente, en el Castillo de Miramar, situado en lo que entonces era la provincia austriaca del Litoral, (actualmente Trieste, Italia), la delegación mexicana encabezada por José María Gutiérrez de Estrada, Juan Nepomuceno Almonte y Miguel Miramón se presentó ante el archiduque de la Casa de los Habsburgo con el fin de que el primero de ellos leyera la petición oficial de los monarquistas mexicanos para que éste se ciñera la corona mexicana y ocupara el trono de México.2 El plebiscito mostrado a Maximiliano se había realizado en la Ciudad de México. Adicionalmente, hacía apenas cuarenta años que el primer emperador mexicano, Agustín I, había sido derrocado, desterrado y posteriormente fusilado. En todo ese tiempo los intentos españoles de reconquista de México, la Guerra de Texas, los conflictos entre liberales y conservadores, la invasión estadounidense y la segunda intervención francesa habían vaciado las arcas de la hacienda pública.

Maximiliano llegó al puerto de Veracruz en la famosa fragata Novara, el 28 de mayo de 1864, entre el júbilo y algarabía de los conservadores, lo cual se expresó especialmente en Puebla y en la Ciudad de México. La travesía a la Ciudad de México le ofreció un panorama distinto: un país herido por la guerra y profundamente dividido en sus convicciones. En un corto período de tiempo, Maximiliano se enamoró de los hermosos paisajes de su nuevo país y de su gente. Mientras, las tropas francesas continuaban peleando en territorio mexicano. Maximiliano comenzó a construir museos y trató de conservar la cultura mexicana, lo cual queda como una de sus grandes contribuciones como emperador. La emperatriz Carlota comenzó a organizar fiestas para la beneficencia mexicana a fin de obtener fondos para las casas pobres.

El Emperador expresa en una carta:
El valle de México es como un inmenso manto de oro rodeado de enormes montañas matizadas con todos los colores desde el rosa pálido hasta el violeta o el más profundo azul cielo, unas rocosas y quebradas y oscuras como las costas de Sicilia, las otras, cubiertas de bosques como las verdes montañas de Suiza, y entre todas ellas las más hermosas eran el Iztaccíhuatl y el Popocatépetl.

Al llegar a la ciudad se instaló en el Castillo de Chapultepec para utilizarlo como residencia y mandó trazar un camino que le conectase a la ciudad: el Paseo de la Emperatriz (actualmente el Paseo de la Reforma). Como el matrimonio no podía tener hijos, ambos decidieron adoptar a Agustín y Salvador, dos nietos de Agustín de Iturbide, el primer emperador mexicano.

El Imperio Mexicano usó la frase Equidad en la Justicia. Contaba con el apoyo del partido conservador, y de buena parte de la población de tradición católica, aunque tuvo una oposición férrea por parte de los liberales. Durante su gobierno, Maximiliano I de México trató de desarrollar económica y socialmente a los territorios mexicanos bajo su custodia, aplicando los conocimientos aprendidos de sus estudios en Europa, y de su familia, los Habsburgo, una de las casas monárquicas más antiguas de Europa, de tradición abiertamente católica.

Pero la política de Maximiliano resultó ser más liberal que lo que sus partidarios conservadores pudieron tolerar. Ello es así en parte por la propia estrategia de Napoleón III, que el 3 de julio de 1862 había dirigido al mariscal Forey instrucciones secretas que requerían evitar el dominio conservador del régimen, instaurando en cambio un gobierno moderado en el que estuvieran representadas todas las tendencias. Y también por el talante liberal de Maximiliano, que ya había manifestado al gobernar el Reino de Lombardía-Venecia en los años 1858 y 1859.3 Un hecho que puso de manifiesto esa tendencia incompatible con los conservadores locales fue la negativa de Maximiliano a suprimir la tolerancia de cultos y a devolver los bienes nacionalizados de la iglesia, cuando el nuncio papal le requirió ambas decisiones. Gran parte de los conservadores mexicanos, decepcionados, retiraron su apoyo a Maximiliano e, inversamente, hubo liberales moderados que se aproximaron al nuevo régimen,4 mientras que los liberales republicanos no por ello dejaron de persistir en la lucha por recuperar al país de un gobierno monárquico.

Si Maximiliano estaba desilusionado y decepcionado, sus apoyos franceses pronto estuvieron igualmente decepcionados de su nuevo emperador. Lejos de gobernar con los intereses de Francia, Maximiliano se veía a sí mismo como una figura de integración nacional. La justicia y el bienestar de todos fueron sus objetivos más importantes. Uno de sus primeros actos, como emperador, fue el restringir las horas de trabajo y abolir el trabajo de los menores. Canceló todas las deudas de los campesinos que excedían los 10 pesos, restauró la propiedad común y prohibió todas las formas de castigo corporal. También rompió con el monopolio de las "tiendas de raya" y decretó que la fuerza obrera no podía ser comprada o vendida por el precio de su decreto.

Traído como cabeza de los intereses de Francia, demostró ser todo menos eso. Sus intereses se volvieron hacia México y hacia su gente. Cuando los franceses se dieron cuenta que se habían equivocado y en muchas formas habían subestimado qué tan lejos podría llegar, se retiraron. Maximiliano no lo hizo.
Los liberales buscaron por todos los medios la derrota del imperio. Encabezados por el Presidente Benito Juárez, permanecían firmes en la defensa de la República. Juárez gozaba del apoyo de los Estados Unidos, a quienes no convenía la presencia en América de un régimen apoyado por las monarquías europeas (una posición inspirada en la Doctrina Monroe), e hicieron cuanto pudieron por evitar que los conservadores mexicanos tuvieran éxito.

Al final, los cambios políticos a nivel internacional repercutieron en el Imperio Mexicano. Estados Unidos, que durante la mayor parte de esta época estaba enfrascado en su propia guerra civil, entre los estados del norte y los del sur, había conseguido finalmente la paz y estaba listo para apoyar al gobierno republicano de Juárez.

Napoleón III, por su parte, se enfrentaba a serias amenazas en Europa y requería que sus tropas regresaran al país galo. Con el apoyo económico de los estadounidenses a la facción republicana, y sin el apoyo francés ni conservador en el país, poco le quedaba por hacer a Maximiliano. Decidió enfrentarse a las consecuencias, desoyendo los consejos que le sugerían abdicar y regresar a Austria. Fue sitiado con los restos de su ejército y finalmente capturado en Querétaro por soldados del general Mariano Escobedo. El 15 de mayo uno de sus más cercanos aliados, el coronel López, lo traicionó entregándolo a los republicanos. Maximiliano y sus leales generales, Miguel Miramón y Tomás Mejía, fueron llevados ante un tribunal militar y condenados a muerte. Todas las cortes de Europa pidieron a Juárez que perdonara la vida del emperador, pero no cedería ante nada.


Fusilamiento

Tras un juicio ante tribunales militares en ausencia de tiempo, celebrado en el Teatro Iturbide (después Teatro de la República (Querétaro)) por un coronel y seis capitanes, sin derecho a apelaciones y con base en un interrogatorio que en su mayor parte el emperador se negó a contestar, alegando que eran cuestiones meramente políticas, los revolucionarios lo condenaron a muerte. Fue fusilado en el Cerro de las Campanas de la ciudad de Querétaro, el 19 de junio de 1867, junto con los generales conservadores Miramón y Mejía.
Las últimas palabras del Emperador fueron acerca de un reloj con el retrato de su esposa:
"Mande este recuerdo a Europa a mi muy querida mujer, si ella vive, y dígale que mis ojos se cierran con su imagen que llevaré al más allá. Lleven esto a mi madre y díganle que mi último pensamiento ha sido para ella.

El Emperador de México, segundos antes de recibir las descargas del pelotón de fusilamiento, entregó una moneda de oro a los siete soldados del pelotón. Después proclamó:
"Perdono a todos y pido a todos que me perdonen y que mi sangre, que está a punto de ser vertida, se derrame para el bien de este país; voy a morir por una causa justa, la de la independencia y libertad de México. ¡Que mi sangre selle las desgracias de mi nueva patria! ¡Viva México!

Maximiliano, que había suplicado no se le lastimase la cara, separó su rubia barba con ambas manos echándola hacia los hombros, y mostró el pecho. No sucumbió en el acto, y se advirtió, porque ya caído pronunció estas palabras: Hombre, hombre. Entonces se adelantó un soldado para dispararle el golpe de gracia, con el cual exhaló el último aliento. Así concluyó el Imperio, que por el escándalo que su creación había causado al mundo, atrajo sobre México las miradas de todas las naciones. A la muerte de Maximiliano y de sus generales, sucedieron momentos de un silencio solemne, que sería interrumpido por las voces de mando y por los toques marciales con que las tropas regresaban a la ciudad; varias horas después, no quedaban al pie del Cerro de las Campanas más que tres cruces pequeñas, fijadas en los lugares de la ejecución, como señal de la justicia nacional.

Los dos generales mexicanos fueron muertos después de él gritando «Viva el emperador». Su esposa, ya en Europa, se volvió loca y tuvo que ser encerrada, primero en el Pabellón del Jardín (el Gartenhaus) del Castillo de Miramar, luego en el Castillo de Tervuren y finalmente en el Château de Bouchout, en Meise, Bélgica, donde finalmente fallecería. Ella aún creía que Maximiliano seguía en México, e incluso tenía una muñeca a la que llamaba Max. Carlota murió en 1927.

Extraido en Wikipedia

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